I.


¿Qué está sucediendo con los nuevos tratamientos psicológicos basados en el famoso psicodisléptico fúngico? Los hongos enteógenos no son nada nuevo bajo el sol. Se difundieron en Occidente hace casi un siglo saliendo de las montañas mexicanas de la mano de R. Gordon Wasson y de la famosa chamana mazateca María Sabina. Y para no mencionar aquí las documentadas e históricamente profundas tradiciones europeas referidas al consumo de Amanita muscaria, A. pantherina y diversas variedades psilocíbicas. Me refiero a la nueva moda —que no nuevos tratamientos— de consumir psilocibina para remediar la depresión, la ansiedad y otros trastornos psicológicos. La psilocina, derivado de la psilocibina, es el alcaloide con efecto psicodisléptico consumido desde tiempos inmemoriales entre los nativos americanos para «hablar con sus dioses y resolver los dolores del alma». Se puede extraer de unas cien variedades de hongos, pero se está poniendo de moda la psilocibina cristalizada que trata de substituir el tradicional y arbitrariamente ilegal consumo de hongos visionarios. Se acaban de autorizar los primeros ensayos clínicos con psilocina y voy a hablar de ello ¿Es realmente eficaz para sanar los mencionados trastornos?


En referencia a los estudios que se están realizando para verificar el esperado efecto terapéutico de la psilocibina, cabe decir, de entrada, que no están dando los resultados tan positivos que espera y desea la industria farmacéutica. Tales resultados científicos son necesarios para justificar las gigantescas inversiones en búsqueda de una pastilla milagrosa, la psilocibina, que empuje la despenalización y dé el pistoletazo de salida hacia el futuro e inmenso mercado que supone. El Dr. J.C. Bouso, en su comunicado «Bitácora científica de la semana» (publicado en Ulises on-line, agosto 2022), hace referencia a un estudio controlado en sujetos tratados con microdosis de psilocibina. Esta investigación ha dado como resultado que los sujetos experimentales han percibido las modificaciones perceptuales derivadas del consumo del enteógeno, variaciones que fueron también registradas por medio de EEG, sin embargo no hubo ningún cambio referido a una mejora o beneficio terapéutico. En otras palabras, el grupo experimental percibió un ligero efecto psicoactivo tras haber consumido 0,5 gr de hongos psilocíbicos, pero eso no implicó una mejora ni psicoemocional ni en sus funciones cognitivas. Similares resultados están arrojando las investigaciones patrocinadas por el gigante farmacéutico Compass Pathways —cuyas acciones, no lo pasemos por alto, estaban a 7,5 dólares en mayo de 2022 y han subido a 20,07 dólares en agosto del mismo año, tras las repetidas campañas de mercadotecnia que han impulsado la moda de esta substancia—. Algunos de los investigadores que están trabajando para esta multinacional, colegas de los que mantengo el obvio anonimato por respeto, me han comentado personalmente que, en efecto, los experimentos con psilocibina no están dando los buenos resultados clínicos esperados.


Por mi parte, hace unos meses atendí a un hombre de mediana edad, con visible trastorno obsesivo compulsivo y un extremo bloqueo emocional, que, por prescripción de su terapeuta, estaba tomado microdosis de psilocibina desde semanas antes. Su estado psicológico no había mejorado en nada.


Dicho lo anterior, analizaré el infortunio que implica esta moda para la salud de la humanidad, la perversa legalización que se está pretendiendo desde los EEUU, y hablaré de otros métodos que existen también por medio de los Estados Expandidos de la Consciencia (EEC) para disolver eficazmente los trastornos de depresión, ansiedad y estrés post traumático, una vez aisladas las causas reales de tales sufrimientos y sin caer en manos de psicofármacos legales que generan una constatada dependencia y otros efectos secundarios.


II.


Los EEUU encarnan un estilo de imperio expansionista que, a diferencia de otros imperios que solo conquistan, quiere imponer sus intereses, ideología, valores y criterios al resto del mundo. Y lo está consiguiendo de una forma extremadamente impúdica, por usar una palabra educada. Es —y ha sido— un país diabólicamente hábil en desestabilizar gobiernos ajenos, generando y alimentando guerras en países lejanos a los que destruye y vende armas, a los que endeuda por generaciones tras forzar su vasallaje mercantil y militar, por ejemplo, ampliando la OTAN, su brazo militar, con ellos. Es la táctica de tirar la piedra, esconder la mano y presentarse como salvador. Este es el paisaje que envuelve el fenómeno de masas dirigido a crear una opinión social favorable a los enteógenos, eso sí, siempre que estén bajo el control de las élites corporativas multinacionales y se conviertan en un rentabilísimo mercado más.


Cabe recordar que el primer intento de los EEUU para imponer el prohibicionismo de psicótropos fuera de sus fronteras ya sucedió antes de la Primera Guerra Mundial. Por entonces, el tema de las drogas no interesaba a nadie más que al propio gobierno norteamericano, que buscaba un argumento para acorralar minorías étnicas y grupos disidentes que reclamaban derechos sociales, sin que se notara que éste era el objetivo real de la prohibición de los embriagantes. Primero fue el alcohol, la famosa Ley Seca de los años 1920 con el desastre social que causó —y las enormes fortunas que surgieron gracias a la corrupción impulsada por la prohibición, siendo éste el origen de numerosos grandes patrimonios norteamericanos de hoy—. Más tarde, en 1937, se prohibió cultivar, vender y consumir marihuana, hábito que estaba muy extendido entre la gente de color y las clases bajas —una historia largamente documentada y conocida que no es necesario repetir, prohibición que fue acatada por la obediente Europa, donde al cáñamo había sido un cultivo milenario básico, usado en innumerables aplicaciones, desde la confección de velas, cuerdas y alpargatas hasta como embriagante ocasional—. Finalmente, se confeccionó la larga lista de psicótropos prohibidos, inventario que se ha ido engrosando año tras año desde que en 1961 se firmara la conocida Convención Única sobre Estupefacientes, impulsada por los mismos intereses norteamericanos.


A aquella lejana invitación lanzada por los EEUU a inicios del siglo XX no asistió ni la mitad de los países convocados. No les interesaba. Pero al acabar la guerra, EEUU incluyó sibilinamente la prohibición de los psicótropos en el tratado de paz y consiguió así que lo firmara la mayoría de los países. Quedaba sellado el imperialismo económico, cultural y militar de los EEUU que, a día de hoy, sigue chantajeando a los demás países bajo amenazas de retirarles ayudas y «descertificarlos» si no obedecen. La psilocibina formó parte del inventario inicial de embriagantes prohibidos. El último país en aceptar tal imposición ha sido Holanda, donde la venta y consumo de hongos visionarios fue legal hasta el 2008.


A grandes rasgos, esta es la bien conocida situación que ha llevado a la mundialización de la prohibición de las drogas y a la cruel e insensata Guerra de las Drogas, de la que se puede afirmar que solo ha generado y genera incalculables sufrimientos, que no ha servido para rebajar el consumo de embriagantes y menos aun para erradicar algo connatural al ser humano, guerra de la que solo salen ganando los cuerpos gubernamentales dedicados a ello y los banqueros norteamericanos —donde probablemente se blanquean las inimaginables sumas de dinero negro generado por el narcotráfico. Recomiendo la entrevista a un oficial de policía antiprohibicionista, en la revista Cáñamo núm. 296, agosto 2022—.


III.


Centrándonos en la moda de la psilocibina. Para empezar, el libre consumo de psilocibina está prohibido, sea en forma de hongos silvestres, de hongos cultivados o cristalizada, si bien desde hace unos pocos años se están concediendo contados permisos para realizar investigación clínica sobre este alcaloide, buscando determinar su eficacia para sanar estados de depresión resistente a otros fármacos y tratamientos. Esta potencial legalización parecería una buena noticia para los defensores de un ser humano adulto, libre y responsable del consumo de psicodislépticos, pero si se lee la letra pequeña, resulta que la aparente buena noticia muestra su perversión.


Nos encontramos con que la gente tiene una imagen alimentada durante más de 60 años que se resume en el tremendo eslogan «las drogas matan», cuando, de repente, en los primeros años del nuevo milenio, en 2002, en los EEUU se populariza una serie pretendidamente documental, The Goop Lab, de la mano de la famosa Gwyneth Paltrow. Esta pretendida serie documental, en realidad es un programa de promoción y venta encubierta. Como dice Silvia Grijalba en su interesante artículo “El viaje virtuoso hacia el capitalismo psicodélico” (Público, 8 de agosto 2022), además de hablar de sexo tántrico, de ayuno intermitente y de tratamientos de belleza para ser delgada, rubia y encantadora como ella, Gwyneth Paltrow dedicó un capítulo a los beneficios de las sustancias psicodélicas. Esta vez, no recomendaba el uso de enteógenos un personaje peludo, marginal y de dudosa moralidad, sino que lo recomendaba una especie de maniquí tan aséptica como el plástico, modélica madre de familia americana que saborea en público su batido de espinacas con apio porque aprecia la comida nutritiva, una mujer discreta y amorosa que, fíjate, incluso se lleva bien con la novia de su exmarido. Esta presentadora, epítome de las tendencias de mercado, contaba en su programa lo fenomenal que es tomar ayahuasca y psilocibina. Vaya.
Poco después apareció Fantastic Fungi, otra serie documental que describe el maravilloso mundo de los hongos, su poder curativo, su capacidad para regenerar el planeta y al final, como de pasada y tras numerosas y teatrales imágenes de hongos, se promociona la psilocibina y el sanador poder psicoactivo de algunas setas. Esta serie ofrece horas de imágenes que más parecen dibujos de Disney que grabadas de la realidad, descubriendo así para el gran público la existencia de setas medicinales y constituyendo la fase preparatoria para la llegada del golpe maestro del mercadeo de la cordura: «¿Cómo cambiar tu mente?», serie producida y visionable en Netflix. He de confesar que ni estoy afiliado a este portal telemático ni he visto un solo capítulo de la serie, no soporto perder mi tiempo en programas insubstanciales con pretensiones de cientificidad, pero me han hablado tanto de su contenido y de la realización que, sin lugar a dudas, puedo afirmar que se trata de una serie magníficamente realizada, con una fidelidad histórica poco común, que es una serie enfocada a explicar para la masa la aplicación médica de los psicodislépticos, con especial énfasis en la psilocibina y la MDMA como recursos terapéuticos para el síndrome de estrés postraumático, la depresión y otras terapias familiares.


No hay que ser insidiosamente astuto para saber que cuando los medios de comunicación de masas, y muy especialmente la plataforma que pretende modelar nuestras vidas —Netflix—, dedican millones de dólares a apoyar un cambio de idiosincrasia de la gente es que hay grandes intereses ocultos. Personalmente, me resulta espantoso observar como la maquinaria de los medios de comunicación ha conseguido, en pocos años, pasar del tremendo «las drogas matan» a que las «señoras de los agradables suburbios americanos de clase media alta, comenten, tomando un zumo verde, a la salida de su clase de yoga, que hay que ver lo bien que les sienta el tratamiento con infusiones intravenosas de ketamina y que han leído en el NY Times que la psilocibina cura la depresión», parafraseando a S. Grijalba.


Para acabar de justificar la despenalización de los psicodislépticos —todo ello orquestado por los EEUU y sus intereses económicos, no lo perdamos de vista—, recientemente ha aparecido un artículo en el New York Times titulado, «Psychedelics for Depression: Can They Work Without Hallucinations?» (“Psicodélicos para la depresión: ¿pueden funcionar sin alucinaciones?”, julio 2022), donde se mencionan ciertas investigaciones realizadas en marcos científicos, lo que viene a representar el sello de garantía de seriedad para justificar la anterior campaña popular.


Por otro lado, acabo de leer que la Junta Asesora de Psilocibina del Estado de Oregón, un Estado del noroeste de los EEUU en la costa del Pacífico, ha entregado al gobierno las conclusiones que servirán para regular el acceso de la psilocibina. En este Estado se podrá consumir psilocibina, sí, pero exclusivamente en clínicas especializadas y adquirida a cierto laboratorio que ha patentado la fórmula. A la vez, se mantiene la prohibición de consumir psilocibina u hongos psilocíbicos con fines religiosos, humanistas o espirituales, siendo estos, justamente, los contextos rituales y motivos tradicionales de las etnias nativas locales para consumir sus sagrados hongos visionarios desde tiempos inmemoriales.


Según la nueva propuesta de regulación en Oregon, los indígenas que quieran consumir hongos en sus rituales ancestrales no podrán, ya que solo se legalizará el alcaloide sintético del laboratorio que determine la nueva ley, con lo que los indígenas deberán someterse a los protocolos médicos occidentales que nada tienen que ver con sus tradiciones, ni en el fondo ni en la forma.


Además de ello, les será difícil conseguir psilocibina ya que solo se suministrará a personas con licencia para ejercer de facilitadores de experiencias pretendidamente médicas. Para redondear la deshonestidad del edicto, resulta que la Junta Asesora de Psilocibina de Oregón se reunió a puertas cerradas para decidir el contenido del informe final, algo que no había sucedido en anteriores reuniones sobre el mismo tema a las que se convocaban representantes indígenas y psiconautas interesados en el tema. Es otro ejemplo de la política aparentemente democrática y abierta a la diversidad del gobierno de los EEUU. Tirar la piedra, esconder la mano y presentarse como salvador.


IV.


Vayamos ahora a los efectos y supuesta eficacia terapéutica de la psilocibina. En primer lugar, resulta que tanto el efecto visionario como la potencial experiencia mística que puede propulsar la psilocibina —efectos que se pretenden suprimir con las nuevas moléculas modificadas—, así como su potencial terapéutico real, están intrínsecamente relacionados entre ellos y con el contexto donde se da la experiencia, con el sentido que la orienta, con la personalidad del sujeto que toma la psilocibina, con la figura y carisma del terapeuta —antaño «chamán», que no es lo mismo— y con la calidad, cantidad y origen del psicodisléptico. A eso quiero dirigir mi atención y señalar la tergiversación de pretender que, con la mera administración de un fármaco desactivado y descontextualizado, así sea psicoactivo y de profundo uso tradicional, puedan resolverse los desórdenes del alma.


El contexto es fundamental. La experiencia ha de pilotarse en un marco ritualizado. Para ir bien, en compañía de otros navegantes con los que establecer verdaderos lazos comunitarios que se sostengan mutuamente, lazos de «compadrazgo» como lo denominan numerosos indígenas americanos usando este entrañable vocablo castellano. La experiencia ha de transcurrir en un contexto simbólico que ayude a ampliar la cosmovisión —y la previa madurez o inmadurez existencial y psicológica del paciente— que ofrezca orientación y orden a los profundos cambios en la personalidad que supone una experiencia bien dirigida. Ha de transcurrir en un contexto especial que permita abrir las puertas de la percepción de forma segura, como han sabido, cuidado y practicado los indígenas de todo el mundo en su búsqueda de lo numinoso. Una experiencia de expansión de la consciencia es una acción que afecta la vida espiritual del paciente, una revisión que le permite subsanar o integrar sus sufrimientos psicoemocionales al tomar consciencia de ellos desde niveles más amplios que aquellos en los que sucedió el trauma. La experiencia de un Estado Expandido de la Consciencia (EEC) permite revivir el momento de la disociación en la biografía del sujeto y, a partir de ello, reconducir su vida en pro de su realización, no del sufrimiento y del estancamiento.


De ahí los dudosos resultados que están dando los estudios clínicos con psilocina. Han ignorado cumplidamente la indescriptible importancia del contexto, entendido en el sentido amplio que le estoy dando, y se están realizando en escenarios clínicos asépticos de todo simbolismo y ritualística.


V.


Saquemos del pozo del olvido la obra de Aldous Huxley. Hay que leer de nuevo las inmortales y útiles reflexiones de este genio, precursor de la actual experiencia enteógena o psicodélica. En especial, hay que releer un librito tan corto como inspirado, que dio el honroso disparo de salida al mundo psiconáutico responsable, Las puertas de la percepción. Si buscáis una salida a vuestro trastorno psicológico o malestar existencial, creedme, reservaos una tarde y leed esta obra como primer paso. Era tan válida hace tres cuartos de siglo como lo es hoy (fue publicada originalmente en 1954).


Es probable que numerosos lectores y lectoras de este humilde artículo no dispongan de una tarde para leer la obra de A. Huxley, por lo que voy a tomarme la libertad de hacer un brevísimo resumen de sus aportaciones esperando que sean útiles a los buscadores de la solución psilocíbica y de no traicionar al autor en exceso.


Coligiendo una frase de William Blake —otro extraordinario e imperecedero pensador—, Huxley introdujo su obra con estas palabras: «Si las puertas de la percepción fueran depuradas, todo aparecería ante el hombre tal cual es: infinito». De ahí surgió el título de la obra de Huxley, Las Puertas de la Percepción. En este sentido, nuestro autor decía que hay que hablar menos, que debemos dar menos importancia a las palabras y más a la experiencia y, en todo caso, a los dibujos que permiten expresar lo inefable y lo simbólico del viaje sublime. Él mismo, además de ser un excelente escritor, dibujaba sus experiencias.


Cada día está más aceptado por las modernas neurociencias la existencia de un proceso reduccionista que los místicos de todas las culturas describen desde hace milenios, y al que se refieren W. Blake y A. Huxley. El proceso de desarrollo individual es un proceso que paradójicamente consiste en ir taponando las puertas perceptuales y cognitivas, en acotar la conducta y en limitar la capacidad original con la que nacemos y que nos permite ir a la deriva por una realidad multidimensional, eterna, fluida e innombrable. Al crecer, forzosamente debemos constreñir «la realidad» y su inefable totalidad a la limitada consciencia humana para adaptarnos a la existencia del ser. A ello se refiere el primer poema del universal Tao Te King:


El Tao que puede ser expresado no es el verdadero Tao.
El nombre que se le puede dar no es su verdadero nombre.
Sin-nombre es el principio del universo,
con-nombre es la madre de todas las cosas.
Desde el no-ser comprendemos su esencia;
desde el ser, sólo vemos su apariencia.


Aldous Huxley defendía que el uso de psicodislépticos permite abrir de nuevo la válvula reductora que es nuestra mente consciente y racional, facilitando el contacto momentáneo con la realidad última, proporcionando una experiencia directa de la esencia previa a la forma, del territorio sin-nombre y sin-tiempo del que venimos y al que probablemente regresamos tras expirar.


Para ello, repito, los enteógenos deben consumirse dentro de un marco ritual, insertos en un tejido de símbolos de doble dirección que orienten el contexto. Por un lado, ha de ser un cosmos simbólico que evoque lo inefable, lo inconmensurable y arquetípico. Por otro lado, han de ser símbolos que dirijan y contengan la experiencia individual.
Huxley también recalcó la necesidad de integrar la experiencia enteógena en la vida cotidiana, de lo contrario queda en mera fantasía (añado, narcisista). Describió las posibles vías para desvelar la visión sagrada del mundo y para conducir el «viaje psicodélico», recalcando que tanto puede resultar una experiencia bienaventurada como todo lo contrario, puede convertirse en una visita a los infiernos más temidos.


En definitiva, es técnica y humanamente incorrecto concebir el uso de la psilocibina, de la ayahuasca, de la mezcalina o de otros psicodislépticos con aplicaciones en psicoterapia, como si se tratara de un mero medicamento de uso convencional, que es como se está pretendiendo hacer por parte de la industria farmacéutica y sanitaria en general.


Una vez diagnosticada una enfermedad, los medicamentos convencionales pueden ser administrados por cualquier persona que sepa leer y tenga algo de sentido común. Uno lee el prospecto del medicamento, apartado Posología y decide qué cantidad de fármaco debe tomar y cada cuándo, datos que están relacionados con la edad y peso del enfermo. Es algo mecánico que no exige más conocimiento que el saber diagnosticar con cierta precisión, acto médico que, en realidad, la mayoría de profesionales realizan en cinco minutos o menos, sin ahondar en las reales causas de la sintomatología del enfermo —los errores en la medicación prescrita fueron la causa del 5% de los ingresos hospitalarios de urgencias hace casi dos décadas en España, Revista Española de Salud Pública, versión On-line ISSN 2173-9110, y este porcentaje ha aumentado hoy hasta casi el 20% de las urgencias hospitalarias—.


Si hablamos de los medicamentos convencionales, uno ingiere el fármaco o le es inyectado, se tumba en la cama y espera a que haga el efecto biológico. Con los enteógenos este método no sirve, aunque es el usado en los estudios que se están realizando. El efecto de la psilocibina, como sucede con resto de psicodislépticos, no es un efecto mecánico unívoco y unidireccional —tantos milígramos de medicamento por quilo de peso de paciente, cada tanto tiempo—, sino que, para empezar, depende de la sensibilidad del paciente a la substancia en concreto.


VI.


En referencia a los actuales trastornos psicológicos, y no me cansaré de repetirlo: hasta que una persona no resuelve los escenarios que determinan su vida, no puede resolver su estado depresivo, ni su sufrimiento ansioso o de angustia, ni la hiperactividad, ni otros trastornos generados por el mundo en que vivimos, el mundo google.
La soledad es endémica en nuestras sociedades digitales. Es un estado patogénico propulsado por el «mundo google», un mundo en el que desaparecen los contextos simbólicos y las historias mitológicas que estabilizan la vida humana, siendo substituidos por aludes de información descontextualizada, aislada, apresuradamente cambiante y angustiante. Desaparece la comunidad humana substituida por los falsos y anónimos «amigos» de la Red, se olvidan las narraciones que dan sentido a la vida, han desaparecido los abrazos y la calidez afectiva. La vida es un misterio insoluble, —¿de dónde viene el Universo, qué hay después de la muerte, qué sentido tiene el dolor?— y madurar, para toda persona, significa aceptar el reto de mantener estas cuestiones en el filo de su consciencia y esforzarse día a día para acercarse al misterio del no-saber. Las preguntas expanden la consciencia, las respuestas la estancan. El «mundo google» ofrece respuestas tan baratas y rápidas como falsas sobre algo que sencillamente no podemos saber, ofrece respuestas sobre y para todo.


Para colmo, está viniendo el Metaverso en el que cada cual puede ser el protagonista de su historia, recreándose en sus propias caricaturas reflejadas en grotescos dibujos animados. En el Metaverso todo el mundo puede acabar andando por la calle con un casco enfundado sobre los ojos y encarnando su fantasía. En cierto sentido es lo apropiado. Hemos descuartizado el mundo material y el mundo mental al que tratamos como si fuera un producto de mercado, sin respeto ni sacralización, y ahora el mundo google simplemente nos hunde en una fantasía extrema, completamente descontextualizada, aislándonos definitivamente de las relaciones reales con los demás y dejándonos en manos de los algoritmos que deciden qué imágenes y productos vamos a ver y cuáles no, que deciden qué información debo leer y cuál me está vetada si la busco a través de la Red.


La depresión es un trastorno resultante de, por un lado, sufrir de soledad, y por el otro lado, la presión social. La presión social es la necesidad impuesta arbitrariamente por los valores del actual patrón consumista: tener, mostrar y aparentar, en lugar de ser. Ambos factores sumados, soledad y presión social, desconectan el ser humano de su valor intrínseco, de la espiritualidad entendida como el anhelo de pertenecer a algo mayor que mi minúscula individualidad, a un algo de donde saco el sentido de mi vida, consiguen desconectar las personas de la confianza en sí mismas y en los demás como sinónimo de amar. Toda familia, toda sociedad y toda civilización se sustentan sobre la confianza. El mundo google acaba con todo atisbo de certeza. Sabemos que nos espían a través del móvil, que los políticos mienten constantemente, que los maestros espirituales que se promocionan a través de la Red son meros neuróticos vendedores de humo, que los «amigos» que han pulsado el like en mi perfil son sombras a las que ni conozco, que los influencers ganan fortunas vendiendo su falsa intimidad, que debo fiarme de los datos que aparecen en las pantallas de los numerosos y estúpidos aparatos smart que me conecto voluntariamente al cuerpo —y que mandan los datos sobre mi cuerpo y estado de salud a la famosa Big Data—, en lugar de fiarme de lo que verdaderamente siento en mi cuerpo y en mi mente.


En efecto, una sesión bien dirigida con psilocibina, con ayahuasca, LSD, mezcalina, con MDMA o con respiración holorénica, puede desvelar al sujeto la inmensidad y el sentido del universo. Uno puede descubrir la profunda belleza de la naturaleza, la suprema y sagrada importancia de la relación con el contexto formando el único «todo en el Todo». Pero esta capacidad implica haber dispuesto el contexto con un cuidado extremadamente minucioso. Uno puede desvelar la veracidad de la Filosofía Perenne, del conocimiento que puede transmitir una obra de arte objetivo, puede olfatear la esencia del Mundo, descubrir el valor de la libertad, de la conexión con lo Inefable y también el tremendo dolor que carga la humanidad causado por su ignorancia, dolor reflejado en numerosos mitos griegos, cristianos, amazónicos o hindúes. Pero nada de ello es cuantificable ni medible por medio de la precisa aparatología clínica, y cuando un ser humano se aleja de este universo con sentido, cuando se aleja de la experiencia que lo inserta como ser vivo en una narración saludablemente trascendente, el humano enferma.


Los psicodislépticos pueden abrir las puertas de la percepción a condición de que sean administrados y regulados por personas con conocimientos y experiencia sobre el tema. Un título de médico, de psicólogo o de psiquiatra no garantiza ninguno de tales requerimientos, a pesar de que este modelo —todo controlado por especialista ajenos— es justamente lo que busca la idiosincrasia del «mundo google», asumida hoy por (casi) todos.


Para aportar un grano de arena paliativo a esta situación, hace años a través de mi fundación, creé un máster orientado a formar profesionales en la aplicación de los Estados Expandidos de la Consciencia (EEC). Lo denominamos «Itinerario de Formación Personal y Profesional en Estados Expandidos de Consciencia» (Ifopeec), poniendo especial énfasis en la formación humanista de los alumnos, en su madurez emocional, psicológica y espiritual además de la impecable formación técnica. Se busca que los estudiantes vivan numerosas experiencias de EEC, que acaben la formación siendo personas existencialmente maduras, y que formen una verdadera comunidad humana de expertos. De ahí que apostamos por las clases presenciales en lugar de telemáticas, por la convivencia regular entre los alumnos y por promover que cada alumno contextualice sus experiencias de EEC comentándolas y analizándolas con otros alumnos.


VII.


Otro tema concomitante que me despierta cierta preocupación por la importancia que tiene en referencia al uso de la psilocibina y de otros enteógenos con fines psicoterapéuticos. Me refiero a las patentes que se están dando en los EEUU para monopolizar el comercio de las modificaciones químicas de psicodélicos de uso popular. Por ejemplo, la empresa de biotecnología MindMed, ha conseguido patentar algo que se consume desde hace décadas en los ambientes psiconáuticos: la mezcla de un empatógeno y un enteógeno, el consumo de MDMA seguido de LSD-25, mezcla conocida popularmente como candy-flip. La patente otorga a la empresa exclusividad para producir este compuesto de dos psicodislépticos «en forma de dosificación oral única», y para cualquier otra mezcla de un empatógeno y un enteógeno, como puede ser la de MDMA, MDA o 4-MMC con LSD, DMT o psilocibina, todos ellos cócteles populares desde hace décadas en los ambientes de psiconautas. La única diferencia es que se ha patentado la dosificación oral única. En caso de despenalizarse el consumo de tales cocteles, sea con el fin que sea, solo podrán adquirirse legalmente si han sido fabricados por MindMed.


En EEUU hay publicaciones —American Prospect, Vice, POPLAR patrocinada por Tim Ferriss, On Drugs— que desde hace un tiempo hacen constante referencia al hecho de que las patentes de las moléculas enteógenas serán el mayor obstáculo para el acceso generalizado a las terapias con psicodislépticos. Una patente implica que, a cambio de divulgar públicamente cómo realizar un proceso, fabricar una máquina o la composición de un material novedoso, el titular de la patente tiene el derecho de impedir que otros fabriquen, usen, importen o vendan el artículo patentado. Sin embargo, la mayoría de los psicodislépticos existen y se consumen desde hace mucho tiempo de manera tradicional, sean o no legales. Así pues, las empresas que están registrando patentes sobre el uso de numerosos enteógenos, como es la psilocibina, en realidad no están aportando nada de innovador. Lo que está sucediendo es que empresas privadas con suficientes recursos para contratar abogados especializados en patentes, se están apropiando de conocimientos y prácticas que no son de su creación o descubrimiento.


Un caso concreto es la macroempresa que ha patentado la psilocibina, COMPASS Pathways. Está patrocinando los estudios que han de demostrar que es útil en tratamientos psicológicos y está difundiendo su uso ya desde antes de haberse regulado su aplicación médica. Esta empresa, como he comentado, cotiza en Bolsa y presenta constantes innovaciones psicodélicas, habiendo conseguido numerosas patentes y solicitudes de patente sobre la psilocibina y su uso.
Tal compañía y otras similares, están tejiendo una red mercantil que excluirá la competencia, monopolizará la medicina con enteógenos y su uso con otros fines, y aniquilará cualquier intento de ocupar este nicho de mercado por parte de competidores, en especial terapeutas independientes Y pequeñas compañías, como está sucediendo con el mercado del cannabis. Los gobiernos occidentales están sancionando a los pequeños productores y vendedores, que son quienes realmente han abierto el camino hacia la legalización, para dejar el terreno libre a las grandes corporaciones que están esperando como depredadores lanzar sus productos de cannabis industrial para inundar el mercado.


VIII.


¿Qué es la psilocibina? Para acabar, dos comentarios sobre la psilocina, nombre del alcaloide psicoactivo en que se transforma la psilocibina una vez consumida. La psilocibina es un alcaloide que se encuentra de manera natural en casi cien tipos de setas, conocidas popularmente como «hongos alucinógenos».
El efecto psicoactivo y visionario de estos especímenes fúngicos anima a muchas personas a ingerirlos por el mero interés que despiertan tales experiencias de expansión de la consciencia. Algunos usuarios occidentales describen el efecto como «soñar» o como «ser conscientes de otras realidades».


Aunque no se conocen completamente los mecanismos químicos de acción de la psilocibina, sabemos que actúa sobre los neurotransmisores, especialmente sobre la serotonina que, por así decir, produce un efecto más intenso sobre ciertas neuronas. Este alcaloide psicoactivo promueve que haya más receptores neuronales que desencadenen un tipo de activación especial relacionada con la serotonina. Simplificando, hay neuronas que reciben «órdenes de la serotonina» a destiempo, creando un desequilibrio en el propio organismo que se transforma en la aparición de un paisaje interior onírico, visionario o místico, depende de la preparación y madurez del individuo.


Los efectos más intensos de la psilocibina suelen empezar entre los quince y los cuarentaicinco minutos tras consumir oralmente la sustancia, pudiendo durar hasta ocho horas. El efecto fenomenológico en sí se resumiría en un cambio en la percepción del tiempo —algo que sucede con todos los enteógenos—, pudiendo ocasionar momentos de confusión al tener la impresión de haber entrado en un bucle temporal. Por otro lado, aumenta la conectividad neuronal, haciendo que ciertas partes del cerebro que normalmente están poco conectadas entre sí intercambien señales con mayor frecuencia, siendo la explicación neurológica de que cambie completamente la calidad de la percepción del entorno y se den frecuentes fenómenos de sinestesia.


Lo más anhelado son los efectos visionarios de la psilocibina, efectos que pueden experimentarse como alucinaciones visuales, auditivas, táctiles o de otros tipos.
Las experiencias perceptuales que genera la psilocibina no son simples «películas» o secuencias de imágenes ante las que el sujeto se sitúa como mero espectador. Habitualmente, se implica emocionalmente en lo que está viendo, oyendo o tocando, hasta el extremo de llegar al pleno convencimiento que tal EEC es incluso más real que lo que vive en estado normal. Tal intensidad psico-emocional conduce a que algunas de las visiones sean interpretadas como revelaciones divinas, o como grietas de la realidad común por las que asoma otra realidad alternativa, sagrada, inefable, más Real que el escenario cotidiano. La psilocibina abre las puertas a la experiencia mística que, a largo plazo y según se ha verificado, puede producir cambios permanentes en la personalidad del sujeto, cambios que se suelen manifestar en una mayor curiosidad por lo nuevo, en un sentido más solidario de las relaciones sociales, mayor estabilidad emocional y en perder el miedo a la muerte.


Indudablemente y al margen de lo anterior, se están observando resultados esperanzadores en las investigaciones relacionadas con la psilocibina usada en tratamientos de la depresión. Por mencionar un ejemplo de los numerosos que podríamos citar: el departamento de Investigación en Biología Conductual del centro médico privado Johns Hopkins Bayview, EEUU, organizó tomas de psilocibina con dos semanas de separación, en agosto de 2017 y abril de 2019. Cada sesión duraba aproximadamente cinco horas. El participante se acostaba en un sofá con un antifaz y auriculares por donde sonaba música tranquila, permaneciendo así ante la presencia de los supervisores. Al inscribirse para realizar el estudio, se aplicó a los participantes la Escala GRID-Hamilton para Evaluación de la Depresión —un método estándar para evaluar la depresión—, y se les aplicó de nuevo pasada una y cuatro semanas tras completar el tratamiento. No entraré en detallar como puntúa esta escala, sino solo que la mayoría de los participantes presentó una considerable reducción de sus síntomas y, casi a la mitad del grupo le había remitido la depresión en la posterior cita de seguimiento.


Este tipo de investigaciones de corte cuantitativo, muy al estilo norteamericano, en general dejan bastante que desear desde el punto de vista metodológico y de amplitud de conceptualización. Tampoco es este un contexto donde discutir tales aspectos técnicos, a pesar de que la credibilidad de los resultados depende de ellos, pero sí cabe simplemente preguntarse: ¿por qué en aquel centro médico privado los tratamientos experimentales dan unos resultados tan positivos, y no sucede lo mismo en estudios europeos? ¿Habrá algún interés económico o de otro tipo detrás (solo hay que visitar su web para responder)? ¿Cómo acompaña aquel contexto el proceso de elaboración e integración de la experiencia, factor que pesa la mitad o más en el resultado final? Un hecho sobre el que hago constante incidencia es recordar que el efecto de todo enteógeno y de todo EEC se debe, a partes iguales, a la interactuación de tres los factores fundamentales: el sujeto y su estado psicológico en el momento de la experiencia, el contexto con todo lo que incluye, y el propulsor del EEC, calidad, cantidad y tipo. Son los tres pies que sostienen el resultado. La psilocibina en uno de los numerosos propulsores químicos de un EEC y el efecto y los resultados que genera dependen de los otros dos.


Desde mi punto de vista y tras una experiencia profesional de más de tres décadas dirigiendo sesiones de EEC con fines terapéuticos, creativos, para la toma de decisiones y para guiar el cultivo del mundo interno, sesiones por las que han pasado unas diez mil personas y cuyos efectos terapéuticos han sido estudiados en tesis doctorales, estoy plenamente convencido de que para aprovechar una experiencia de EEC, esté propulsada con psilocibina, ketamina, ayahuasca o con la técnica de respiración holorénica con la que se alcanzan estados de expansión de la consciencia tan intensos como con ciertos enteógenos, la experiencia necesita un contenedor de carácter ritual. En la actualidad, estoy trabajando en el diseño de una compleja investigación cualitativa para tratar de dilucidar objetivamente, por un lado, el peso de la EEC aislada, y por el otro el peso que tiene en el resultado final el contexto y la comunidad con la que se comparte la sesión. Empíricamente sé que, para evitar o contrarrestar algunos desvíos inherentes a toda sesión con psicodislépticos —como el narcisismo o la hipertransferencia sobre el gurú—, es más adecuado, sanador y enriquecedor que la experiencia suceda en el marco de un grupo que la contenga, donde se comparten las subjetividades y, a la vez, dé estructura al estado liminar. De ahí, que los talleres que dirijo requieran siempre del grupo, ya que un grupo adecuadamente organizado constituye un verdadero campo psicológico, energético, emocional, físico, espiritual y electromagnético (con mi equipo estamos realizando interesantes mediciones de las variaciones del campo electromagnético en las sesiones). El grupo conforma un campo que permite y promueve a la vez que, en su esfera de influencia, se dé una constante interacción entre los participantes, sirviendo a todos la experiencia de cada uno, su forma de expresión, su interpretación de las metáforas y símbolos usados, así como las observaciones que pueda hacer el terapeuta a cada participante para ayudarlo a elaborar e integrar su experiencia. Todo ello conforma un campo que es la matriz donde sucede la curación durante y después de experimentar un EEC.


Para acabar, una experiencia con psilocibina o de expansión de consciencia en general, requiere de un marco conceptual específico que permita a la persona pensar e integrar profundamente lo que ha experimentado, que le ayude a encontrar un sentido total —emocional, racional, espiritual, social, sexual y corpóreo— a la experiencia integral que ha vivido. El cambio de la personalidad en un deseable sentido evolutivo, hacia la in-dividuación, la no-división interna, no es un proceso racional que se pueda reducir ni explicar por medio de un conjunto de datos fríos y aislados, no es reductible a información cuantitativa. Es un camino complejo que recorre y amplía diversos espacios internos y externos que probablemente el paciente desconocía antes de abrir las puertas de su percepción, un camino que debe acabar en la experiencia de la unidad a la que llamamos «amor». El paciente debe saber qué hacer y cómo entender tales espacios para convertirlos en algo útil para su vida, elaboración que depende del contexto, del rito y de los símbolos capaces de transmitir lo que es irreductible a meros informes. En caso contrario, puede vivir la experiencia como algo tenebrosos o como algo sin más sentido que una diversión insubstancial.


Va siendo hora de dejar de lado el mundo google o «usano», como lo denomina mi amigo Jonathan Ott combinando sarcásticamente la palabra «gusano» y «USA», y de recuperar las tradiciones del Viejo Mundo que sigan siendo válidas para contener la experiencia cumbre o de reinventarlas, tradiciones en las que, al igual que en todos los pueblos indígenas del mundo, el rito es el centro a partir del cual se construye y se ordena armoniosamente la cosmovisión, la sociedad y el individuo. Nos hemos dejado robar los ritos, las narraciones y los cuentos mitológicos que imprimen el sentido trascendental e inefable a la vida, nos hemos olvidado de las maravillosas músicas euroasiáticas llenas de armónicos que acompañan tales experiencias desde tiempos inmemoriales, melodías que han sido substituidas por sonidos de sintetizador que, a fuerza de oírlos, se han hecho familiares. Estamos desechando numerosos términos llenos de sentido y etimológicamente impecables que son substituidos por anglicismos (email-correo electrónico, burnout-agotamiento, show-espectáculo, power-energía, like-me gusta, online-conectado, pendrive-memoria externa, feedback-retroalimentación u opinión, y el larguísimo etcétera de todos conocido), y hemos abandonado los cálidos y saludables abrazos entre personas que se reconocían como miembros cófrades de una verdadera comunidad, contacto que ha cedido su lugar a la estéril pantallita del móvil o de la Tablet donde se da una aparente comunicación vacía de vida, descorporeizada y sin implicación. Ya sabes, si no me gusta lo que has puesto en mi perfil te borro de la lista de amigos, no tengo necesidad de escucharte, aunque tengas razón.


Según algunos historiadores, el inicio del declive de la civilización griega —nacida hacia el siglo XII a.C. y que duró alrededor de quince siglos— coincidió con el hecho de empezar a consumir kykeon, la pócima psicoactiva sagrada que se empleaba en los ritos mistéricos, fuera de los grandes templos de la Hélade —Apolo, Eleusis, Éfeso, Samotracia—. Durante siglos, la experiencia extática y visionaria, conocida como epopteya, “la visión transformadora”, estaba rigurosamente pautada y solo se accedía a ella en el marco de los ritos, verdadera columna vertebral del rico e inspirado mundo griego. Estaba prohibido explicar fuera de los templos lo que sucedía dentro durante la búsqueda de la epopteya. Si se divulgaba, la sanción era la pena de muerte. Cuando el kykeon empezó a ser consumido sin control en fiestas particulares perdió su carácter sacro, coincidiendo, repito, con el inicio del final. Actualmente estamos asistiendo al final de una Era histórica iniciada a principios del siglo XIX con la industrialización. Todo final de Era está caracterizado por lo que estamos encarnando hoy en Occidente: pérdida de valores, desconfianza en políticos y líderes, anomia social, confusión sexual, desaparición de la espiritualidad real, trastornos de personalidad generalizados, lenguajes confusos, falta de futuro, identidades sin un contorno claro y, a menudo, violencia. No es de extrañar que el uso de psicodislépticos por parte de individuos no preparados para ello forme parte del paisaje.


La psilocibina, la ayahuasca, la mezcalina y otros enteógenos pueden ser parte de la solución a diversos trastornos psico-emocionales, a la depresión y al vacío espiritual que asola al Occidental medio, pero no de la manera en que se están comercializando, sin la menor empatía ni implicación emocional ni espiritual por parte de los pretendidos tecnócratas del alma. Así no.

Josep María Fericgla

Doctor en Antropología cultural y especialista en Etnopsicología, estados expandidos de consciencia, chamanismos, Etnomusicología y Antropología cognitiva y de la vejez. Creador de la técnica de Respiración Holorénica. Nos transmite su punto de vista sobre la tendencia en la Psilocibina en estos momentos.

Podéis seguir su trabajo en https://josepmfericgla.org/ y participar en uno de sus próximos seminarios, por ejemplo el que impartirá del 26 al 28 de mayo sobre USOS DE LA AYAHUASCA EN PSICOTERAPIA.